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En las fábricas y talleres nadie ingresaba a trabajar y se incitaba a participar. Las consignas por la inmediata liberación de Perón tomaron las calles principales que van hacia el centro de la Capital y, si bien esta acción estaba coordinada por dirigencia gremial, había en el aire algo más que los de intereses de un movimiento obrero organizado. Había pasión.
Algunos manifestantes cruzaron a nado o en balsas el Riachuelo hasta que, más tarde, los puentes fueron bajados por la policía, dando paso a los manifestantes que venían del Sur. La principal fuerza de impulso provenía de esas mismas columnas que mientras marchaban retroalimentaban a la maza creciente de mujeres y hombres que en ese momento decidían su destino.
El presidente Edelmiro J. Farrell mantuvo una actitud prescindente. El nuevo ministro de Guerra general Eduardo Avalos observaba a los manifestantes y se negó a movilizar las tropas del cuartel de Campo de Mayo, que en unas horas podían llegar a la Capital Federal, como se lo pedían algunos jefes del ejército y el ministro de Marina.
Avalos confiaba en que la manifestación se disolvería por sí sola pero al comprobar que, por el contrario, era cada vez más numerosa, accedió a entrevistarse con Perón en el Hospital Militar. Tuvieron una corta reunión en la que pactaron las condiciones: Perón hablaría a los manifestantes para que se tranquilizaran y volvieran a sus hogares. No haría referencia a su detención pero el gabinete renunciaría en su totalidad y Avalos solicitaría su retiro.
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Fue el día que la gente lleno las calles, festejando otro triunfo del pueblo sobre la oligarquía o, como se los llama en criollo: “los gorilas”. El 17 es uno de los momentos más importantes de la historia del movimiento obrero argentino porque ha instalado una verdad a la que se retorna cada vez que se comete una injusticia contra el pueblo, en nombre de eso que muchos proclaman y pocos practican: la política.
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